¿El arte de la masterización?
Contexto y conceptualización de una práctica
En este articulo trataré de esbozar someramente el contexto del mastering profesional cuyo origen puede remontarse al nacimiento de la música grabada y al consecuente desarrollo de la industria musical. Pese a tratarse de una práctica relativamente reciente, ha mostrado una capacidad de resiliencia asombrosa. En este texto buscamos evidenciar algunas de las transformaciones que ha sufrido el papel del profesional dentro de este ámbito. Para este fin no se ha pretendido realizar ningún compendio de fuentes textuales y académicas que existen actualmente sobre el tema. Igualmente ha escapado de nuestro cometido hablar de ninguna metodología en concreto, nos interesa no tanto el cómo y más los porqués. Se podría decir que las técnicas vienen y van — ¡y así ha de ser! — las razones, en cambio, permanecen. Estas son en definitiva las que deberían demandar de nuestro mayor cuidado.
La masterización de audio, como apuntábamos al inicio, es una técnica reciente, al menos tal y como la entendemos hoy por hoy. No exageramos al decir que nos encontramos alrededor de la tercera generación de especialistas dedicados exclusivamente a ella. No obstante su corta evolución histórica, el proceso evolutivo en el que se halla inmersa está alcanzando velocidades vertiginosas, sobre todo si se lo compara con otras prácticas técnico-creativas asociadas al mundo del sonido. Esto no ha hecho sino ahondar en una especie de nebulosa conceptual que ha llegado a caracterizar a la masterización de un excesivo esoterismo, dentro incluso del mismo gremio, con definiciones que la confinan poco menos que al rincón más oscuro y tenebroso de la producción musical. Algunos llegan incluso a denominarla como “arte oscuro”, tipo misterioso de magia negra o alquimia técnica. Este es el resultado, ni más ni menos, del afán de ver monstruos fantásticos allá donde no llega la luz o lo hace a duras penas. Sin embargo, la masterización no tiene nada de misterioso ni de oscuro, al menos en la medida en que tampoco lo tiene el proceso de grabación o de mezcla. No quita que reconozcamos que la masterización goce de una cierta opacidad, opacidad por un lado positiva, si la excesiva exposición puede llevar a una reducción en la libertad de criterios a la hora de realizarla, como negativa, si esta conduce a situaciones tan indeseables como la entrada en escena de personalidades de escasa humildad intelectual que aprovechan la poca visibilidad para estafar al paisano; después de todo, el estigma narcisista nos viene de serie con el mismo concepto de masterizador.
De ahí la importancia de separar el grano de la paja. Para ello nos serviremos de una definición de propio cuño que no pretende ser definitiva, pero esperamos ayude a estructurar un poco este proceso transformativo en el que se encuentra la práctica de la masterización a día de hoy. Y es esta:
La masterización limpia, fija y da esplendor a la grabación discográfica.
Pasando por alto el aroma un tanto decimonónico de la misma, veremos cómo encaja con sorprendente precisión en las diferentes etapas que conforman el núcleo fundamental de esta técnica.
Tomaremos cada uno de los términos de esta definición en un orden que nos permita traducir las diferentes etapas históricas relativas a esta práctica, y con suerte, podamos entrever las posibles respuestas que puedan derivarse de la pregunta que da titulo a este artículo. Vamos a ello.
Primero, fijar. La masterización, como comentábamos ya, nace de la mano de la industria musical, y más concretamente, del desarrollo de la música grabada o registrada en los diferentes formatos discográficos de que disponemos en cada época. La revolución de la reproducibilidad de la obra de arte, comparable a la ocurrida con la imprenta en el campo literario, ayudó a establecer el papel de ciertos profesionales dentro de una industria en auge globalizador, como fue en esa época la musical. La responsabilidad del masterizador, como antaño la del maestro de taller, era la de supervisar la calidad de los procesos técnicos de la fabricación, a fin de asegurar la fidelidad y reproductibilidad de la grabación del original mediante el arduo y costoso proceso de la duplicación. Su papel era eminentemente técnico, y su “arte” era el de la copia del original, la copia master o maestra. Nada de aquellas interminables conversaciones con productores musicales, el ingeniero tenía que rendir cuentas solo a la casa discográfica, puesto que un error en la duplicación podía suponer la pérdida de una inversión económica y de recursos enorme.
Pues bien, a día de hoy, este rol pasa prácticamente desapercibido si no es bajo los auspicios de los estudios de masterización más grandes, con volumen de producción suficiente como para costearse las máquinas dedicadas a tal efecto. En general, este proceso hoy recae en el ingeniero de planta de turno. La gran mayoría de ingenieros de mastering ya no se ocupan de estas labores, y desconocen los detalles del proceso exacto. Es una de las razones por las que el término ingeniero aplicado al profesional del mastering me parece algo desorientador e inexacto, al menos en un contexto de habla hispana. Me parecería más adecuado utilizar el de técnico. De hecho, incluso si tienes el título de ingeniero de sonido, no implica que sepas masterizar en absoluto. Es una de las múltiples derivadas del uso de extranjerismos en un mundo como el del audio de predominio ampliamente anglosajón. En fin, estamos a tiempo todavía de revalorizar conceptos de sonido como margen dinámico, filtro pasa altas o retroalimentación. Nunca es tarde si la dicha es buena. Con todo y con ello, no ayuda que en nuestro país exista aún un vacío académico enorme en este sentido. Vacío que en general solo ocupa el sector privado.
Vamos ahora a por el segundo de los términos de la definición, el de limpiar. Estrechamente ligado al anterior, este concepto nos trae a la cabeza una serie de procesos –técnicos también– orientados a la restauración, conservación y reparación de grabaciones discográficas.
La futilidad de los formatos físicos hacen que con el tiempo estos puedan sufrir deterioros considerables. Como habréis comprobado, todavía no estamos ni siquiera rozando la revolución de los formatos digitales. Esto acentúa más si cabe la posición especial del masterizador en nuestro tercer concepto que veremos más adelante. Como decía, otra de las tareas del masterizador es la de velar por la integridad de la grabación. Las tecnologías de restauración han variado al igual que las de su procesado, pero el objetivo sigue siendo el mismo. En este sentido podría adscribirse su labor a una labor puramente artesanal. Poco se puede añadir por nuestra parte, ya que el concepto de restauración está presente en otras muchas profesiones relacionadas con lo audiovisual. Quedémonos sin embargo con la “actitud” del masterizador hacia esta parte de su proceso, que denota su calidad de artesano. La restauración y conservación siguió históricamente de manera natural a la de fijado.
Esto nos permite introducir el último punto, cuyas características pueden arrojar algo más de claridad sobre lo que a día de hoy parece predominar dentro de la práctica de la masterización según la vemos manifestarse actualmente.
Dar esplendor. Dar esplendor en español quiere decir sacar a relucir, poner a la luz o potenciar algo que estaba ahí mas permanecía oculto, por el motivo que sea. Aquí es cuando entramos en la parte esotérica, o debería mejor decir ambigua. Los técnicos de masterización, como los de mezcla, se mueven en la ambigüedad. Quiero decir que nadie dispone de un manual de instrucciones para hacer una buena mezcla –¡como tampoco para tocar bien la guitarra!–, a lo más, un catálogo de conceptos básicos, estrategias y buenas prácticas, pero de ahí no pasan. Y está bien que sea así. Igual que al comienzo del cuento se advierte al niño, los manuales nos tendrían que advertir, pasadas las páginas de tecnicismos, que se está a punto de entrar en un mundo desconocido. Es decir, artístico. Consecuencia de la falta de claridad en este punto es la desmedida confianza hacia los grandes nombres o “rock stars” de la industria del sonido, hoy convertidos en ídolos-producto por la misma industria y que en muchos de los casos –no todos–, albergan intereses mercantiles muy alejados de los culturales. Por suerte, esta conducta idólatra es un tipo de sarampión que se supera una vez superada cierta etapa “adolescente” del aprendizaje, tanto en este como en otros muchos campos de la exploración artística y técnica.
Volvamos al tema, ya que esta ausencia aparente de ortodoxia es lo que empieza a sugerirnos la entrada inminente en el campo de la creatividad. Parece que el concepto de dar esplendor, de hacer brillar o potenciar lo que estaba oculto empieza a revelarnos la siguiente de las actitudes fundamentales del masterizador, la artística, y con ello nos estamos acercando a la pregunta formulada al principio. Ya no se trata tanto de “dominar” la mezcla –mastering, en inglés, significa básicamente eso, dominar, dominar como el cocinero domina la cocina– sino de revelar su auténtico potencial inherente; en otras palabras, sacar todo su potencial a relucir. Aquí intervienen todos los procesos técnicos imaginables aplicados al audio. Habría que señalar que, de hecho, estos procesos no se diferencian en lo sustancial en nada de los utilizados por los ingenieros de mezcla y productores de sonido. Surge entonces la pregunta, ¿para qué sirve la figura del masterizador? A día de hoy podría responderse, para nada. Y me explico.
Aún recuerdo a uno de mis profesores, Andrés Beato, durante uno de sus cursos de masterización en música contemporánea, comentar que “el mejor mastering es el que no tiene que hacerse”.
Por aquel entonces — hace ya como 15 años — mi ignorancia era omnímoda y lo que es peor, atrevida. Simplemente pensé que se trataba de un desvarío o de un delirio de grandeza expresado bajo fórmulas en apariencia paradójicas, pero sin sentido alguno en el fondo. Nada más lejos de la realidad. Cuando pude meditarlo con perspectiva, no hace tanto, empecé a darme cuenta de aquello a lo que se refería en realidad. Pensemos por ejemplo en el jardinero, no hay mejor jardinero que el invisible, el jardinero es aquel capaz de “hacer crecer” orgánicamente un jardín, no el que se dedica solamente a cortar aquí o allá. Su huella como tal no está, el jardín no debería de llevar su firma porque este supera su técnica en gloria por los cuatro costados, gloria sólo manifiesta cuando el primero es capaz de sacrificarse de la ecuación creativa. Lo mismo se podría decir del maestro en contraposición al pedagogo. Llegados a este punto, espero podamos acercarnos un poco más a lo que creo se refería mi profesor, porque es justo aquello que precisamente más me atrae de la masterización. Uno puede llegar a la masterización seducido por su protagonismo en el proceso musical, pero se queda por la sutilidad de su acción en favor del proceso creativo mismo. Es decir, este esplendor es también en sí mismo invisible, como lo es la luz hasta incidir en un cuerpo opaco (1).
Pensemos en otro ejemplo, esta vez relacionado con la música: el afinador de piano. Su labor, imprescindible, pero a su vez es invisible, ¿alguien puede imaginarse un anfiteatro que aplauda las virtudes de un afinador al finalizar un concierto? ¿no es precisamente la ausencia de toda conversación el mayor de los halagos a su trabajo, su alabanza mayor? La recompensa, en este sentido, ha de encontrarla en el más respetable de los silencios.
Pues bien, para mi, el masterizador es un afinador de altavoces… ¡el altavoz, ese bendito instrumento! El altavoz es sin duda mi instrumento musical favorito, es más, me atrevería a sostener que el de casi todos. Si no es así, al menos es el instrumento musical al que hoy dedica la gente más su tiempo y atención a lo largo de su día a día. ¿Cuántas veces has escuchado un saxo o una batería y cuantas un altavoz? La respuesta nos lleva a uno los principales, si no el principal instrumento que ha de conocer el masterizador. El altavoz, no hay que olvidarlo, tiene sus modos de afinación, igual que el piano. Tocar una pieza musical con un instrumento desafinado hace perder no solo su armonía, también su expresión (nota para los rivales a ultranza de la ortodoxia: con desafinado no me refiero únicamente a estar “fuera” de tono). Para servir a este propósito no vale la aproximación técnica y artesanal solamente — indispensables por otra parte — también es necesaria la sensibilidad de un especialista, de un conocedor de la materia. Sensibilidad musical para hacer que los altavoces saquen a relucir los instrumentos que reproducen.
Esta tercera parte del proceso, que corresponde al último de los términos de nuestra definición, es consustancial al ingeniero de masterización según como le concebimos hoy. Como hemos visto, se entrelazan los tres caracteres dentro de la figura del masterizador correspondientes a su desarrollo evolutivo: la del técnico, el artesano y el especialista. La pregunta entonces que dejamos para bien al lector es sobre el devenir. A saber, ¿será la siguiente de las transformaciones que, por el bien de su supervivencia, han de suceder a la figura del masterizador precisamente la de artista? Esto último valga de cierre a nuestra personal definición.
¿Estamos en condiciones por tanto de responder a la pregunta que titula este texto, pregunta que como muchos se habrán dado cuenta, reformula la afirmación preliminar de la obra canónica de Bob Katz, Mastering Audio: The Art and the Science? Nosotros que nos encontramos a años luz del estatus de gigante consagrado a este gran ingeniero, lejos de afirmar nada, seguiremos preguntando temblorosos. Sinceramente desconocemos la respuesta, pero hacer de la pregunta axioma, visto lo visto, es marcarse un tanto arriesgado. A la manera de un enigma matemático, vale más meditar la pregunta sin saber su respuesta que acertar la respuesta por azar.
No obstante, lo que sí sabemos es que si esta práctica se anquilosa en alguna de sus tres actitudes, si no transforma su labor hacia algo superior a oscuros tecnicismos y habilidades artesanales, es decir, si no se transforma en algo genuinamente humano (2), pronto verá extinguida su sustancia a manos de automatismos más o menos artificiales y ultra refinados. Por otro lado nada que no le haya pasado al zapatero o al encuadernador a estas alturas.
Daniel del Río, Sonology Mastering — Marzo de 2023
NOTAS
Me atrevería a decir que esta es una de las diferencias principales de las prácticas consideradas “técnicas” aplicadas al contexto de la producción musical. Puesto que, con muy pocos matices, lo mismo se podría decir del ingeniero de grabación o del de mezcla.
Humano, es decir, artístico; pero artístico en el sentido que apuntaba antes con el jardinero o el afinador de pianos... ya que muchas veces confundimos lo artístico con la genialidad individualista. Admirar estrellas está muy bien, pero son igual de importantes las piedras que sostienen nuestros pies cuando dirigimos nuestra mirada a lo más alto. Puede que con esto estemos poniendo en valor la cultura, nada más.
Foto: Universal Audio